En junio de 2005, un comando estadounidense formado por el sargento Marcus y otros tres miembros, emprendió una misión secreta de reconocimiento en Afganistán, en busca de un líder talibán. Según los informes, mandaba un contingente de entre 140 y 150 hombres bien armados.
Poco después de que el comando tomase posiciones en los altos de una montaña que miraba sobre el pueblo, dos pastores afganos se toparon con los soldados americanos. Con los cabreros iba un chico de 14 años. No llevaban armas. Los soldados les apuntaron, les obligaron a sentarse en el suelo y debatieron sobre que debían hacer con ellos. Por una parte, los cabreros parecían civiles desarmados. Por la otra, si les dejaban marchar correrían el riesgo de que informasen a los talibanes de la presencia de soldados estadounidenses.
Al sopesar las opciones, los cuatro soldados cayeron en la cuenta de que no tenían una cuerda. No había más salida que matarlos o dejar que se fueran. El Sargento Marcus no sabía que hacer, pero pensó “En el fondo de mi conciencia algo no paraba de susurrarme que estaría mal ejecutar a sangre fría a esos hombres desarmados”. Suyo fue el voto decisivo a favor de liberarlos. De ese voto, se iba a arrepentir.
Alrededor de hora y media después de que hubiesen liberado a los cabreros, los cuatro soldados se vieron rodeados de ochenta talibanes armados. Los tres compañeros de Marcus murieron. El sargento sobrevivió dejándose caer por la pendiente de la montaña. A toro pasado, Marcus escribió “Fue la decisión mas estúpida, más descerebrada que haya tomado en mi vida”
¿Tomó Marcus la decisión incorrecta? ¿Hizo lo que no debía?
Kant lo tendría claro, actuó bien, hay determinadas acciones (matar a sangre fría a alguién desarmado) que no se deben hacer bajo ninguna circunstancia . En cambio, los pensadores utilitaristas argumentarían que Marcus calculó mal, y que por tanto se equivocó de lleno, ya que sería preferible matar a tres cabreros si con ello se salvaba la vida de cuatro soldados.